viernes, 12 de noviembre de 2010

Construyendo mapas de redes

Si hay una palabra que define este primer día en el que decidimos ir a la Vega Central en busca de las redes sociales de los vendedores peruanos, es la frustración. Ellos son bastante más reservados que los vendedores chilenos, por lo que se nos hizo ardua la tarea. Se podría decir que los llenamos de preguntas, de hecho la guía de preguntas que teníamos, se nos hizo chica, las respuestas de estos trabajadores migrantes eran cortas y concisas, hablaban cabizbajos y en un volumen extremadamente bajo. En síntesis, no tenían muchas ganas de cooperar con nuestro trabajo, pero como buenas investigadoras, no nos dimos por vencidas y seguimos. Al primer local que fuimos bien recibidas fue al de Norma y Roger, ya los habíamos visitado varias veces antes, quizás por este motivo fuimos mas o menos bienvenidas. Estaba atendiendo sólo Roger con su ayudante quien nos miraba con desconfianza. No la conocíamos. Llegamos en la tarde, ideal para realizarles la entrevista porque no hay tanta concurrencia, aún así de vez en cuando llegaba algún comprador peruano en busca de salsas o congelados. Roger nos conto que su hijo mayor que vive y estudia en Perú, ya no les seguía proveyendo los productos, sino otro proveedores cuyos nombres no recordaba, pensamos que esto revelaba que no tenían mucha relación o que no se había contactado con ellos recientemente. Sus dos hijas también trabajan en la Vega pero en locales de otros amigos o conocidos peruanos a pocas cuadras de distancia, “es que acá estamos bien los tres” aún así “a veces vienen a ayudar acá nomás pue’…”


Cuando le preguntamos “¿Qué tipo de vínculo tiene usted con otros locatarios?” nos respondió que mantenía una buena relación pero distante “cada uno en lo suyo”, pero que era de respeto y cordialidad, en cambio, cuando le preguntamos si tenía proveedores fijos u ocasionales (o de ambos) y la relación que mantenía con ellos, se puso más bien serio y respondió que “cada uno vela por lo suyo, cada uno compra según la relación volumen- precio que más le conviene, no hay lealtad para estas cosas”. Nos comentó que existían proveedores los cuales conocía hace mucho tiempo, pero en general y lo importante era que primaba era el precio de la mercadería más que las relaciones que pudieran producirse, por lo que no contaba con relaciones de lealtad en este aspecto de su trabajo. No nos dio mucha información, hablaba muy bajo y no se le escuchaba mucho. Su ayudante se acercó y para decirle que llenara con menos cantidad las bolsas de salsas listas, en ese momento le preguntamos el nombre, pero no conseguimos captar su atención. Luego de esto y claras de que la conversación ya había terminado, nos despedimos en busca de mejores suertes con otros locales.


Fue así como llegamos al local de “Guisela y Milady”, nos atendió su ayudante, quien se encontraba con una dueña de un restaurant peruano, estaba terminando de hacer el pedido para su local. La ayudante no tuvo problemas en ayudarnos, pero nuevamente nos encontramos con que sus redes sociales no eran muy extensas. Conocía a Norma y Roger, mantenía con ellos una buena relación al igual que con otros vecinos locatarios, también conocidos por Norma y Roger. Nos aclaró que no tenían proveedores, la misma dueña del local (Guisela) viajaba directamente a Perú a comprar los productos para vender. Aún así, nos dio la sensación de que nos escondía información por miedo a que le quisiéramos robar sus contactos, por “amenaza” de competencia, o porque la dueña la podía retar por darnos toda esa información. Para no incomodarla más, le prometimos que su colaboración con la investigación se mantendría privada, le agradecimos por su tiempo y nos marchamos.

El último local del día al que fuimos fue el de una peruana conocida como “la empresaria Marylu”. Esta locataria es dueña de dos locales enfrentados, grandes y bien provistos, más un galpón. Cuando llegamos el local más grande estaba lleno de trabajadores, había dos mujeres y tres hombres. Le preguntamos a un hombre si podía respondernos a unas preguntas para un investigación para la Universidad, pero se escabullo sin decirnos nada, ninguno nos presto mucha atención, una de las mujeres, incluso, nos miraba de mala forma, con un tono casi despectivo, mientras que la otra nos dijo que si podía contestarnos. Fue por eso que pensamos que ella era Marylu, pero nos dijo que la dueña del local, era la misma mujer que nos había mirada de mala forma que ahora se había ido al fondo del local, y se la escuchaba hablando por teléfono con un proveedor. Nos comento que en el local trabajaban varios sobrinos de la dueña y ella, que se dividían el trabajo y que todos trabajaban por igual. “La señora tiene varios proveedores, pero de eso yo no sé”, además nos comento que también conocía a Norma, Roger y a Guisela, lo que nos da la idea de que podría, incluso construirse una red social entre los vendedores peruanos que hemos visitado.

Cuando le preguntamos a esta colaboradora ayudante ¿Cómo es su relación con los chilenos que trabajan en La Vega? Nos respondió que “con todos los chilenos tengo buena relación”, pero la verdad que pudimos observar es que si uno sigue preguntando e intentando indagar más, comienzan a salir a flote pequeñas muestras de antipatía hacia el otro. Por ejemplo, luego de varios minutos de su respuesta, nos dijo “no hay ninguna relación con los vendedores chilenos, pero no me caen mal, no me tratan mal.” Además, comentó que tenían diferentes tiempos y horarios con los vendedores chilenos, ya que los peruanos son “mucho más madrugadores y trabajadores.”

Los sobrinos de Marylu no nos dirigían la mirada, pero se notaba que estaban atentos escuchando lo que hablábamos y las preguntas que hacíamos, asique decidimos preguntarle a uno de ellos nuevamente, si podía respondernos unas preguntas cortitas. Esta vez accedió. Entonces, le preguntamos cómo definiría a los vendedores peruanos y su respuesta fue que los peruanos “somos carismáticos, nos reímos en el trabajo, lo hacemos más llevadero, es parte de nuestra vida, no diferenciamos tanto entre la vida personas y el trabajo.”

Nos comentaron también que tenían tanto caseros fieles como caseros ocasionales y que en general habían llegado a trabajar a la Vega Central por amigos o por la familia y que no se quería volver, que no extrañaban a su país, ya que en Chile tienen una mejor calidad de vida, con tienen mejores ingresos. Se notaba en ellos contradicciones y paradojas que se ponían día a día en una balanza, entre la familia que también tuvo que migrar, los ingresos la mejora en la calidad de vida, contra el trabajo, el ser extranjero, las menores oportunidades de estudio. En fin, conocer un poco, muy poco, de la vida de estos locatarios peruanos nos llevo a cuestionarnos lo que significa ser un trabajador migrante.

Decididas, partimos nuevamente a la Vega a realizar las entrevistas que necesitábamos para seguir desarrollando nuestra investigación. A diferencia de otras veces, fuimos directas, y sin rodeos, a los puestos de los vendedores que ya nos conocían por idas anteriores al lugar. En esas conversaciones nos dejaron muy invitadas y accedieron a responder nuestras preguntas futuras, “pero por supuesto, vengan cuando quieran vengan `pos` chiquillas”, nos dijeron. Apelando a su buena disposición, llegamos, una buena bienvenida nos esperaba “pasen, pasen para acá” y entramos al local de Don Miguel.

Un señor de más o menos 50 años, de estatura media y buena “pinta”. Es dueño de dos locales cercanos entre sí. Si bien vende muchas verduras y de variados tipos (más viejos, más maduros, más tiernos, menos tiernos, más grandes más chicos), su especialidad son los pimentones.

A nuestra llegada, Don Miguel nos cuenta muy entusiasmado que el día ha sido bueno, “espérenme un minutito…. ¡Antonio, atiéndeme al señor del pedido que yo estoy ocupado!”, con eso nos dejó claro que realmente no tenía problemas, todo lo contrario, quería ser un aporte en nuestra investigación. El ambiente era relajado, don Miguel tenía listos los almuerzos de sus compañeros sobre un banquillo, eran las 13.45 de la tarde, faltaba poco para que Don Miguel se fuera para la casa “yo estoy aquí hasta las dos, después desaparezco y se quedan los compañeros” pero sin importar la hora, iniciábamos nuestro objetivo. Fue una entrevista semi-estructurada, comenzamos con preguntas cotidianas tales como “cómo está”, “cómo le fue hoy”, etc., para construir un ambiente cotidiano, para que ésta sea una conversación más. Tal como lo establece nuestra pauta de entrevista, comenzamos preguntando acerca del ambiente en la Vega, por el cómo llegó a este lugar a trabajar.

Todo partió bien hasta que empezaron las preguntas sobre los vínculos que tenía con la gente que trabajaba en el mismo lugar y los vecinos. Las respuestas comenzaron a superponerse a respuestas de otras preguntas, y, para seguir el hilo, incorporamos algunas otras con la finalidad de ahondar más en el tema. En un primer momento en el desarrollo de nuestra metodología apostamos por hacer, en un segundo momento de la entrevista semi estructudara, preguntas estructuradas para llegar a las redes específicas de cada vendedor, sin embargo, nos dimos cuenta que para hacer más fácil y llegar más directamente a dichas redes, debíamos incorporarlas fluidamente a la entrevista misma.

Don Miguel es una persona muy honesta, nos dio a entender que conoce a mucha gente entre vendedores vecinos amigos, una gran lista de proveedores, cargadores y conocidos. “acá el ambiente es agradable (…) En general los vínculos son buenos pero no con todos profundos, hay amistad pero dentro del trabajo, con muchos hay “buena onda” pero no por eso yo me junto con ellos fuera del trabajo o los invito a la casa.” Su afirmación fue de lo más honesta y eso nos gustó mucho. Seguimos.

En el desarrollo de nuestra conversación fuimos incluyendo de a poco las preguntas sobre sus colegas peruanos, nos afirmó que su relación con ellos era buena, pero “el chileno es como más vivo, más astuto, más rápido.” Trabaja con un peruano, aseguró que a su llegada no confiaba mucho pero “vi sus antecedentes, había trabajado en una empresa y estaba bien catalogado, lo puse dos meses a prueba y lo hizo bien asique lo acepte.” Finalmente preguntamos acerca de los “caseritos”, Don Miguel tiene de todo tipo, incluso compradores al por mayor, pero a todos “hay que darles la mejor atención, hay que preocuparse de que sea una buena relación”, asegura, no importando si son ocasionales.

Una vez terminada la entrevista damos las gracias por todo el tiempo invertido en nuestro trabajo, “de nada` po´ chiquillas, vuelvan cuando quieran”, salimos del local 77 de la Vega central con pimentones de regalo en mano.

Luego de habernos deleitado don Miguel con tanta información de los más animosas fuimos a otro local, de lejos veíamos a Manuel Alejandro, “el Aguja” que ya habíamos invitado a ser parte de esta investigación, nos acercamos a él, nos reconoció de inmediato “que bueno que volvieron chiquillas lindas, pero para que les voy a decir una cosa por otra, ¿qué estaban haciendo ustedes? Le refrescamos la memoria y rápidamente lo recordó, “háganme las preguntas que quieran mientras yo atiendo.” Para él era un día más, para nosotras era el mejor día desde que empezamos el trabajo, la buena disposición de Don Miguel y ahora de Manuel, hacía preguntarnos si se trataba de buena suerte. Era un ambiente cotidiano, entre tallas nos contaba que él era yerno del dueño Juan Cid quien llevaba 34 años trabajando en la Vega. Era un señor de unos 65 años. En un comienzo no nos miró muy bien, sin embargo Manuel le explicó el porqué estábamos ahí y accedió a cooperar con sus respuestas sin problema alguno. En este local trabajan familiares principalmente, ellos son los vendedores que están fijos, Manuel Alejandro que es yerno de don Juan, y Manuel, su primo. Además tiene un ayudante para el fin de semana, Gonzalo. Con respecto a los vendedores vecinos, nos cuentan que tiene unos cuantos, “está el Lucho, el Carlitos Saúl, el Juan, el Victor Hugo, el Jorge, el Marco, Doris y el que vá allí, el Sergio que es vendedor ambulante” y ríe a carcajadas, “no, él nos vende agua”. Con los proveedores la cosa no cambiaba mucho, nos cuenta “tengo hartos, depende para qué fruta o verdura, a ellos los tengo hace más de 20 años, nos llevamos bien, imagínese tanto tiempo”, nos nombra a muchos, le preguntamos si conocía a don Miguel y nos cuenta que “él me vende pimentones.”

Igual que con Don Miguel, comenzamos a preguntar de a poco sobre los Peruanos, Manuel es bien explícito al decirnos “el chileno mira en menos a los peruanos igual como el alemán mira al judío, pero yo me llevo bien con ellos, los trato bien, no tienen culpa de que su país haya tenido y tenga un mal gobierno, si estuviéramos así nosotros muchos se irían a Perú también.” Su afirmación es bastante convincente, nos deja pensando y preguntamos cómo los definiría “son generosos, inteligentes, tienen cultura (…) pero hay de todo eso si, honrados, y sinvergüenzas igual que los chilenos”. Nuestro entrevistado nos cuenta que tiene varios amigos peruanos en la Vega, entre ellas Marylu.


Nuestro tercer entrevistado no tenía tan buena disposición como Don Miguel y Manuel Alejandro, sin embargo accedió igual a responder nuestras preguntas de una forma más sobria, su personalidad no era tan carismática como la de los anteriores.

Nos encontramos en el local 76 de la Vega hablando con Héctor quien es dueño, junto con su hermano Francisco del local. El ambiente no es tan relajado como en los anteriores, sentimos que estamos molestando ya que cuando se acerca algún “caserito” don Héctor deja de tomarnos atención. Esperamos que se desocupe para entrevistarlo y pausamos cuando vienen a comprar para que no se incomode con nuestra presencia. Siguiendo nuestra pauta, comenzamos preguntando acerca de cómo llegó a trabajar en este lugar, nos cuenta que ellos son parte de la Cooperativa Agrícola que antes se llamaba el Pequeño Chacarero (este último es el nombre de su local). Como en la mayoría de las respuestas, nos cuenta que llegó a trabajar por sus familiares, abuelos y padres “por sucesión” como nos dijo Don Miguel. Estos hermanos conocen a este último, “es amigo de acá”, al igual como se refirió a ellos don Miguel. Como es posible ver, este es un local familiar “no, acá trabajamos con la familia no más, nos vienen a ayudar los sobrinos a veces, los primos, es que hay harta pega acá sobre todo los fines de semana y uno ya los conoce.” Le preguntamos sobre los amigos que tiene más cercanía y nos dice que tiene varios colegas que son vecinos con los cuales “hecha la talla” durante el día “los Arredondo son los más amigos en todo caso, el Pancho también pero no tanto.”
En cuanto a los proveedores, “me relaciono con hartos porque tengo varios dependiendo del producto, para el brócoli, para la lechuga, el repollo, zanahoria, cebolla, todos llegan de diferentes partes, de la Serena, de Colina, hay hartas personas.” Con respecto a los cargadores nos cuenta que tiene uno fijo, Nelson “él es fiel.” Con los vendedores peruanos nuestro entrevistado nos dice que prefiere no opinar, y es de esperar ya que tiene dos muy cerca suyo, pensamos que no opina muy bien de ellos por su forma de mirarlos, y justamente, nos recalca que “yo sólo trabajo con chilenos.” Una vez que se han ido, nos dice que tuvo una mala experiencia con uno “por eso no me relaciono con ellos, quizás es una generalidad pero a mí me dan mala espina, como que son como muy cerrados en lo suyo, son desconfiados con los demás que no sean otros peruanos.”

Una vez terminada nuestras entrevistas, nos damos por satisfechas y nos vamos del lugar con unas cuantas frutas y verduras en las manos.